Para Reflexionar Hoy

Si quieres lograr lo que aún no has alcanzado, necesitas hacer lo que aún no has intentado".

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Nombre: Reflexiones
Ubicación: San Miguel, San Miguel, El Salvador

martes, julio 18, 2006

CUIDE SU SALUD FISICA, MODIFICANDO SUS PENSAMIENTOS



Existe una influencia recíproca entre nuestra salud y nuestra actitud mental. Una actitud positiva, un alto grado de motivación y entusiasmo crean las condiciones apropiadas para el desarrollo de una buena salud, una buena digestión y el desarrollo normal de los procesos metabólicos del cuerpo.


Nuestra calidad de vida es el resultado de nuestros hábitos y estos a su vez, son el producto de nuestras acciones. Sin embargo, toda acción va precedida por un pensamiento y una de las consecuencias de los pensamientos que albergamos en nuestra mente, es la secreción de hormonas desde glándulas como el hipotálamo y la pituitaria. Estas hormonas se encargan de transmitir mensajes a otras partes del cuerpo.

Recuerde que:


Pensamientos hostiles y de enojo aceleran los latidos del corazón, suben la presión arterial y sonrojan la cara.


Sentimientos de ira, enemistad, resentimiento, depresión y tristeza, debilitan el sistema inmunológico del cuerpo y suelen favorecer la aparición de las llamadas enfermedades psicosomáticas.


Pensamientos positivos como el entusiasmo, el amor, la amistad, la paz, la tranquilidad y muchos otros, producen un flujo de neurotransmisores y hormonas en el sistema nervioso central, que estimulan, proveen energía al cuerpo y crean las circunstancias propicias para el mantenimiento o restauración de una buena salud.

¿Se ha dado cuenta cómo aquellas personas que constantemente se quejan por todo, son generalmente las mismas que suelen enfermarse con mayor frecuencia?

Una actitud triunfadora y perseverante no sólo nos puede ayudar a alcanzar nuestras metas, sino que en muchas ocasiones puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Usted puede cambiar su actitud y el efecto negativo que ésta ejerza sobre su salud física.

Empiece por modificar la clase de pensamientos que mantiene en su mente. Sea optimista, su vida puede depender de ello.

sábado, julio 15, 2006

HAZ DIFERENTE TU DIA



Doña Rosa era una ascensorista de un viejo edificio de juzgados en Bogotá que usualmente estaba congestionado de visitantes, los cuales, asustados, perdidos, molestos, afanados o simplemente apáticos, esperaban atiborrarse en uno de los viejos ascensores.

Cuando se abría la puerta, la multitud que salía empujaba a la que quería entrar, armando un caos que se repetía en casi todos los pisos; además del calor y los olores concentrados en el elevador.

A pesar de esto doña Rosa cuidaba su máquina como si fuera la más fina y valiosa. Cada mañana, ella brillaba las partes metálicas y la aseaba lo mejor posible. De todas maneras andaba sonriente y entusiasta, saludaba y despedía al abrir las puertas, disfrutaba sorprendiendo a sus viajeros frecuentes al recordar sus nombres, hacía bromas para que la gente sonriera, y respondía de buena gana a toda clase de preguntas.

Un día alguien le preguntó cómo podía permanecer tan contenta en esa clase de trabajo incómodo, rutinario y mal pagado. A lo que ella contestó: - Muchas personas creen que yo actúo así por la gente, pero en realidad lo hago por mí. Cuando trato bien a mis pasajeros me siento satisfecha, si los ayudo, la mayoría me trata bien y me aprecia. - Sé que mi ascensor es viejo y mal mantenido, -continuó-, pero cuando lo limpio y lo brillo, me estoy cuidando a mí misma, porque aunque no es mío, vivo en él muchas horas de mi vida y si lo trato bien, me va a servir mejor.

- ¿Y todos los otros ascensoristas piensan así? -le preguntaron-.

- No, -respondió-, algunos de mis compañeros piensan que su tiempo de trabajo no les pertenece a ellos. Dicen que es el tiempo de la empresa. Parecen ausentes, es como si murieran a las ocho de la mañana y resucitaran a las seis de la tarde. Suponen que trabajando de mala gana van a maltratar al jefe o a otros, cuando en realidad es el tiempo de su vida, algo que nunca van a recuperar.

Qué fácil es convertir lo ordinario y lo rutinario en algo divertido y extraordinario. Todos los días puedes hacerlos diferentes. Las actividades y las personas se vuelven aburridas cuando le quitas el corazón a lo que haces.

¿Cómo podrías hacer más extraordinaria tu vida? La aventura no está en lo que haces, sino en cómo lo haces.

¿QUÉ ELIGES?



Era un profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo. Al terminar la clase, ese día de verano, mientras el maestro organizaba unos documentos encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiante le dijo: - Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburridora.

El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado. El profesor miró al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó: - ¿Cuándo alguien te ofrece algo que no quieres, lo recibes?

El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta. - Por supuesto que no. -contestó de nuevo en tono despectivo el muchacho. - Bueno, -prosiguió el profesor-, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar.

- No entiendo a qué se refiere. -dijo el alumno confundido. - Muy sencillo, -replicó el profesor- tú me estás ofreciendo rabia y desprecio y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo, y yo, mi amigo, en verdad, prefiero obsequiarme mi propia serenidad.

- Muchacho, -concluyó el profesor en tono gentil-, tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa, yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón pero de mí depende lo que yo cargo en el mío.

Cada día, en todo momento, tú puedes escoger qué emociones o sentimientos quieres poner en tu corazón y lo que elijas lo tendrás hasta que lo decidas cambiarlo. Es tan grande la libertad que nos da la vida que hasta tenemos la opción de amargarnos o ser felices.

¿Qué escogiste tú?

PUENTES O BARRERAS?



Un viejo carpintero llegó a una granja pidiendo trabajo.

Al entrar encontró al dueño, solitario y ensimismado, sentado en el tronco de un árbol talado. Después de ofrecerle a éste sus servicios, el dueño le respondió: - Use esos troncos y construya algo entre mi granja y la granja vecina, que es de mi hermano. Estoy molesto con él y no quiero verlo más.

El ebanista guardó silencio, y comenzó a trabajar con los leños. Eran burdos y espinosos. Los tomaba uno a uno, sujetándolos firmemente en la prensa, para después tallarlos con la mayor gentileza posible.

Pasó el tiempo, y, con esmero y diligencia, las manos del hombre fueron conviertiendo los troncos en finas y suaves piezas. Un día, el hermano vecino llegó sin aviso a pedir disculpas: - Me sorprendiste, hermano, gracias por construir ese puente. En realidad, no debí haber permitido que nos alejáramos. El hermano pensó en el carpintero, se asomó a la ventana, y encontró que el hombre había ensamblado las finas piezas talladas formando un hermoso puente, el cual unía las dos fincas por encima de la zanja que las separaba. Se dijó a sí mismo: - No era lo que esperaba, pero es mejor de lo que quería.

Y los dos hermanos y sus familias se reencontraron.

Aunque no lo parezca, puedes utilizar las palabras y las acciones de los demás para aumentar el vacío entre ellos, o para construir puentes que les ayuden a cruzar sus pantanos. ¿Cuáles son las construcciones por las que te conocen?

viernes, julio 14, 2006

EL CLUB DEL 99



Habí­a una vez un rey muy triste que tení­a un sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.

Un dí­a el rey lo mandó a llamar:" Sirviente -le dijo- ¿cuál es el secreto?" ¿Cuál secreto, Majestad? "¿Cuál es el secreto de tu alegrí­a?" No hay ningún secreto, Alteza."No me mientas, sirviente. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira." No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto."¿Porqué estas siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿Porqué?"

Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz? "Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado." Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustarí­a más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando..." Vete, vete antes de que llame al verdugo! El sirviente sonrie, hizo una reverencia y salió de la habitación.

El rey estaba como loco. No consiguia explicarse cómo el sirviente estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana."¿Porqué es feliz?" Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del cí­rculo."¿Fuera del cí­rculo?" Así­ es."¿Y eso es lo que lo hace feliz?" No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz." A ver si entiendo, estar en el cí­rculo te hace infeliz." Así­ es."¿Y cómo salió?" ¡Nunca entró! "¿Cuál cí­rculo es ese?" El cí­rculo del 99. "Verdaderamente, no te entiendo nada" -dijo el Rey-.

La única manera para que entendieras, serí­a mostrátelo en los hechos. " ¿Cómo?" Haciendo entrar a tu sirviente en el cír­culo. "Eso, obliguémoslo a entrar!!" No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el cí­rculo. "Entonces habrá que engañarlo." No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solo en el cí­rculo. "¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?" Si, se dará cuenta. " Entonces no entrará." No lo podrá evitar. "¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo cí­rculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?" Tal cual. Majestad, ¿está dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del cí­rculo? " Sí" Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. 99 "¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?" Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.

Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del sirviente. Allí­ esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendía la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decí­a: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste". Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el sirviente salió, el sabio y el rey espiaban desde atras de unas matas lo que sucedí­a.

El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremecía, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta y entró a su hogar. El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente ingresó presuroso a su hogar y con su brazo arrojó al piso todo lo que habí­a sobre la mesa dejando sólo la vela. Se sentó y vació el contenido de la bolsa... Sus ojos no podí­an creer lo que veí­an.¡ Era una montaña de monedas de oro! él, que nunca habí­a tocado una de estas monedas, tenia hoy una montaña de ellas !! El sirviente las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hací­a brillar a la luz de la vela. Las juntaba y desparramaba, hací­a pilas de monedas. Así­, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas !!! Su mirada recorría la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. * "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. " Me robaron -gritó- me robaron, malditos!! Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que habí­a 99 monedas de oro "sólo 99".

"99 monedas. Es mucho dinero", pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número completo pero noventa y nueve, no. El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del sirviente ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habí­an vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible gesto, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veí­a, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendrí­a que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta.

Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibí­a, en once o doce años juntarí­a lo necesario. "Doce años es mucho tiempo", pensó. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, al terminar su tarea en el palacio a las cinco de la tarde, podrí­a trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reunirí­a el dinero. Era demasiado tiempo!!! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habrí­a para vender...Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegarí­a a su moneda cien.

El rey y el sabio, volvieron al palacio. El sirviente habí­a entrado en el cí­rculo del 99... Durante los siguientes meses, el sirviente siguía sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el sirviente entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas. "¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo." Nada me pasa, nada me pasa. "Antes, no hace mucho, reí­as y cantabas todo el tiempo." Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querrí­a su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también? No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un sirviente que estuviera siempre de mal humor...

Todos hemos sido educados en esta estúpida ideologí­a: Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá esperar a completar lo que falta... Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida. Pero qué pasarí­a si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así­, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que todo es sólo una trampa, puesta frente a nosotros para que quedemos cansados, malhumorados, infelices o resignados.

Una trampa para que todo siga igual ... "... cuántas cosas cambiarí­an si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están..."